viernes, 15 de febrero de 2013

LA MUJER Y EL PODER Un acercamiento a los orígenes de la desigualdad sexual


LA MUJER Y EL PODER

Un acercamiento a los orígenes de la desigualdad sexual

         ¿Cuáles fueron los orígenes que determinaron la desigualdad sexual?. ¿Por qué en la gran mayoría de las sociedades, las mujeres representan una abrumadora minoría en el manejo de los asuntos políticos y económicos?. ¿Por qué los principales símbolos sagrados del poder creativo son revestidos con los atributos del sexo masculino?. ¿Por qué su exclusión de las jerarquías religiosas?. ¿Por qué el dominio masculino sobre las mujeres, tanto individual como social?.
         En este acercamiento al tema de la relación de la mujer con el poder y en el intento de averiguar sobre lo sucedido hace miles de años para encontrar respuestas a cuestiones que continúan vigentes, sólo disponemos de  hallazgos arqueológicos y estudios antropológicos basados en análisis y comparaciones de varias culturas primitivas, a partir de los cuales poder desentrañar algunas cuestiones básicas relacionadas con la asignación de  roles para mujeres y hombres y su relación con el ejercicio del poder.
Según podemos entender, el ser humano necesita algún tipo de ordenamiento e interpretación sobre sí mismo, el mundo y sus orígenes, ya que no puede soportar el caos y la consecuente angustia que provoca el desconocimiento. Su mayor temor es enfrentarse con lo que no puede comprender y es así como construye sus símbolos sagrados, crea a sus dioses y establece un conjunto de normas religiosas y culturales en la búsqueda de dar un orden y un sentido a su existencia.
                   En Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas, Margaret Mead señala que la selección cultural que diseña las formas de interacción entre los sexos, implica la definición previa de "tipos temperamentales" aceptados como deseables. Esto se expresará en el establecimiento de lo que conocemos como “planificación sexual”, encargada de definir y asignar pautas de comportamiento, así como los roles que deberán asumir hombres y mujeres en tanto tales.
         La humanidad prehistórica no podía explicarse los mecanismos biológicos de la vida y ante el descubrimiento de las diferencias morfológicas entre los sexos, habría tratado de explicarse el cómo y el por qué de tales diferencias y a partir de allí, establecer las formas de relación entre sí y el entorno. De acuerdo a estas expectativas y la proyección de sus representaciones, algunas antropólogas como Peggy Reeves Sanday, Mary Douglas, M. Gimbutas, Sherry Ortner,  hablan del surgimiento de dos tipos de sociedades: una de orientación interna y otra de orientación externa.
         En la primera (minoritaria), se observa una asociación indudable entre el poder de la naturaleza y el poder inherente a la mujer, las fuerzas de la naturaleza se encuentran sacralizadas y el control y manipulación de las mismas recae en manos de las mujeres, siendo los varones prácticamente marginados de ese ámbito.


         En la segunda encontramos a la mujer identificada con lo interior y al hombre fatalmente comprometido con actitudes hacia el exterior que implican la posibilidad de la muerte, tanto propia como ajena.
El hombre sale a cazar animales buscando alimentos para sí o el grupo e intenta matar a otros seres que signifiquen una amenaza para sus posesiones. Confecciona entonces las armas para tales fines y persigue adueñarse del poder y del mundo que están fuera de su ámbito.
         De las observaciones realizadas sobre las sociedades más primitivas, se concluye que en igualdad de condiciones, el poder para dar la vida tuvo inicialmente una valoración superior al poder de quitarla. Los varones mostraban sus trofeos (animales o cabelleras) y las mujeres exhibían con el mismo orgullo a su recién nacido. Por lo que resulta lógico inferir que los conceptos y símbolos relacionados con la procreación, la fecundidad y lo femenino, constituyeron la base sobre la cual se elaboraron las primeras formulaciones  referidas a la existencia de una divinidad femenina protectora y generadora de todo lo existente.
         Las diosas dominaron los panteones religiosos durante milenios para finalmente ser relegadas y progresivamente sustituidas por dioses masculinos que parecían responder mejor a las necesidades míticas de las culturales patriarcales, que durante su desarrollo, generaron un orden familiar, social y político, absolutamente diferente al precedente.
         Los antropólogos interesados en comprender la etiología del dominio masculino desde una concepción multidisciplinaria que incluye los aportes del psicoanálisis, concluyen en que éste no surgió solamente como consecuencia de la mayor agresividad biológica del varón, sino como una respuesta "justificada" al estado de tensión y miedo a la desintegración que provocaban las circunstancias a las que el grupo, tribu o pueblo se enfrentaba, como la falta de alimentos, las migraciones, los cambios climáticos y los desbordes de la naturaleza. Ante la presencia de fuerzas naturales o de otros factores vividos como amenazantes, surge el miedo a la desintegración y ruptura cultural. El poder en consecuencia terminó siendo concedido al  sexo que se creyó estaba más estrechamente relacionado con las fuerzas de las cuales el pueblo dependía para su seguridad  y subsistencia.
         En las sociedades que asumen la violencia para preservar el orden, las posesiones o la tradición, se instala generalmente el dominio masculino y el rol femenino no está concebido en términos que contemplen la posibilidad de la muerte en combate. Podemos deducir que el manejo y cuidado del cuerpo social le fue confiado al varón como recompensa por erigirse en el sexo sacrificable.
Desde una mirada más economicista, podríamos encontrar una explicación del dominio masculino y el surgimiento de las guerras, como consecuencias naturales del modo de civilización de las llamadas sociedades de producción, ya que cuanto mayor es el nivel de los excedentes producidos y más especializada es la organización de una comunidad, tanto más difícil resultará preservar un contexto de paz.



Esta interpretación puede ayudarnos a entender las razones por las cuales el control de la producción de riqueza y la voluntad de apropiación de los bienes ajenos como de preservación de los propios, desembocaron históricamente en “la formación de un clero poderoso y, mucho más tarde, de la realeza, para finalmente confluir en la creación y entronización de dioses varones absolutistas y guerreros”.1                                                                        
Cuando los desajustes sociales son importantes o la base cultural se encuentra gravemente amenazada, se observa una agrupación solidaria y fuerte de los varones y una proyección de la violencia no necesariamente hacia el agresor externo, sino hacia algo más cercano pero al mismo tiempo, lo suficientemente diferente como para ser considerado amenazante.  Desde una concepción psicoanalítica podemos interpretar esta reacción como una proyección del temor a la castración, que sumado a la consecuente envidia que provoca el poder de engendrar vida, terminará por transformarse en agresión ante circunstancias límites, proyectando las culpas en el otro diferente (mujer)  y justificando así la necesidad del dominio como "lógica" e inevitable consecuencia.
         En las sociedades patriarcales la adjudicación de roles y expectativas depositadas en los respectivos géneros, también se relaciona con la necesidad de dar respuestas y lograr cierta seguridad emocional a través de la creación de mitos y ritos que pretenden “controlar” y dar un sentido a todo lo que no se puede poseer o explicar, pero a lo que el grupo o comunidad se enfrenta en tanto unidad social.
         Desde estas organizaciones sociales primigenias, hasta la actualidad, podemos encontramos con un hilo conductor, la valoración del cuerpo femenino como depositario de la proyección del sentido de propiedad y de todo tipo de representaciones que, desde el varón patriarcal, expresan que la mujer en realidad es un "varón fallado o mutilado".
Baste recordar los fundamentos “científicos” y filosóficos con los que se ha construído la imagen de la mujer que permanece incluso hasta nuestros días. Aristóteles, considerado el más grande filósofo de la Antigüedad clásica, y piedra basal del pensamiento moderno, en su tratado De Generatione Animalium, expresa que “al igual que los hijos de padres mutilados, nacen unas veces mutilados y otras no, también los hijos nacidos de mujeres son a veces mujeres y otras, en cambio, varones. La mujer es, y siempre ha sido, un varón mutilado, y la catatemia (definida por Aristóteles como “la carga femenina” aportada a la procreación) es semen sólo que no en estado puro: hay una sola cosa que no se puede encontrar en ellas: el principio del ánima”.
         Esta tesis sobre la mujer, fue adoptada y aumentada por los más influyentes pensadores judeo-cristianos, aunque como vimos, la justificación de la degradación de  la mujer ya puede encontrarse mucho tiempo atrás, siendo institucionalizada con la implementación del patriarcado aunque no figurara en ningún marco jurídico hasta la aparición del código mesopotámico del rey Hammurabi (1792-1750 a.C).


1. Rodríguez, P. “Dios nació mujer”. 1999. Ediciones B, S. A. Barcelona. Pág. 127

Cuerpo de mujer = Cuerpo “de y para otros”

Las creencias acerca de la supuesta peligrosidad de la sangre menstrual, serían el reverso simbólico de la equiparación de la feminidad con el poder de la vida y el crecimiento. Proyectando sus preocupaciones y temores hacia la mujer, los pueblos se proveen de defensas a partir de las cuales fantasean controlar las peligrosas fuerzas con las que se enfrentan. Una manifestación de esta vivencia se observa claramente en la separación y rechazo de la mujer menstruante.
         Según William Stephens, "la intensidad y extensión de los tabúes menstruales están estrechamente relacionados con el grado o intensidad de la angustia de la castración sentida por los varones de esta sociedad".2 También pueden  interpretarse como formas institucionalizadas mediante las cuales las mujeres son discriminadas en las sociedades primitivas.
         Para Mary Douglas el cuerpo femenino es un símbolo de la sociedad al que se le atribuyen, en menor escala, los poderes y peligros del cuerpo social, y la peligrosidad que se proyecta a las emisiones o fluidos corporales es una réplica de los miedos reales experimentados por el varón cuando incursiona más allá de los límites de su sociedad. Cuando en estos territorios desconocidos, los varones superan las dificultades, acceden a un poder que no será compartido con los que quedaron en el ámbito doméstico.    
         Siguiendo a Simone de Beauvoir, la antropóloga  Sherry Ortner  sostiene que mientras "el cuerpo de la mujer parece predestinarla a la simple reproducción de la vida, el varón en contraste, careciendo de funciones creativas naturales, debe asegurar su creatividad externa artificialmente por medio de la tecnología y el simbolismo".3 Dado que la labor de la cultura se orienta a controlar a la naturaleza, el hombre se ha asignado el derecho "lógico" de controlar a la mujer, ya que ella se encuentra estrechamente relacionada con la "inestabilidad y peligrosidad" de la misma.
En nuestro pasado remoto, en las comunidades preagrícolas, en las que las fuerzas de la naturaleza fueron sacralizadas, podemos observar la proyección de este poder en las mujeres y son ellas las encargadas del control de los símbolos naturales sagrados. En cambio en las sociedades que desarrollaron temor hacia este poder, surgió como reacción el dominio masculino, perdiendo las mujeres su influencia, surgiendo su segregación social y siendo limitadas a cumplir un papel secundario en los ámbitos sagrado y secular.
 El cambio a sociedades agrícolas, significó la pérdida de una sociedad igualitaria y se asentó  en la estratificación por clases y las unidades familiares se organizaron en base a la división sexual del trabajo, siendo las mujeres valoradas e intercambiadas entre los varones, por su capacidad para dar hijos, de ser esclavas del hogar y por ser la mano de obra indispensable para la explotación agropecuaria. En estas sociedades, el dios principal es descripto en términos masculinos, relegando a un papel secundario a las deidades o representaciones religiosas femeninas.

2. Stephens,W. “Estudio de comparación cultural de los tabúes menstruales”. Monografías de Genética y Psicología. 1961. 64:385-416.
3. Ortner, S. “Mujer, Cultura y Sociedad”.1974. Stanford University Press. Págs. 67-68
Respecto de la sociedad hebrea, de poderosa influencia en nuestra cultura occidental a través de la Biblia, adoptó la monogamia - incluyendo la posibilidad de concubinas de acuerdo al status socio-económico – pasando de una organización familiar matrilineal o beena a otra patrilineal, transformando los términos del matrimonio y adoptando la estructura familiar “clásica” según la cual deberá estar encabezada por un varón, el ba’al o señor, considerado el propietario tanto de su hacienda como de su esposa/s e hijas/os.
 Relatos como el del “virtuoso” Lot de Sodoma, que ofrece a sus dos hijas para que sean violadas en lugar de los dos ángeles (varones) hospedados en su casa y que sus vecinos  pretendían sodomizar (Gén 19,4-8); o la historia protagonizada por Efraím, quien ofrece a su concubina para que un grupo la viole y asesine con tal de evitar ser sodomizado él mismo ( Jue 19,22-28), nos demuestran claramente que las mujeres no eran sino consideradas como meras propiedades tanto del padre como del marido y de las que ellos podían disponer a su antojo.
A partir de la ley hammurábica se consolida la sumisión de la mujer al varón y se constituye en el punto de partida de la cultura patriarcal que ha dominado al mundo hasta nuestros días. El código de Hammurabi (1750 a. C.) cambió la legislación existente y se compone  de 282 leyes, de las cuales 73 están dedicadas a regular el matrimonio y los comportamientos sexuales, siendo absolutamente restrictivas para las mujeres como permisivas para los varones. Igualmente, algo más de la mitad de las leyes mesoasirias (1500 a 1100 a. C.), se ocuparon de regular jurídicamente la vida personal, social y sexual de la mujer. Estos “cuerpos” legislativos, en realidad expresaron los conceptos y fundamentos del derecho a la propiedad que sólo podía ejercer el hombre, el que se extendía a los bienes, la vida y los cuerpos de las mujeres.

Dijo (Dios) asimismo a la mujer; "multiplicaré tus dolores en tus preñeces; con dolor parirás los hijos y estarás bajo la potestad de tu marido y él te dominará". Génesis 3: 16.

         A partir de este mandato divino expresado en la Biblia, entendemos sin sorpresa el hecho de que las mujeres estén excluidas de muchos de los ámbitos en los que se ejerce el derecho a gobernar y tomar decisiones, ya que deberán pagar las consecuencias por el comportamiento de nuestra madre universal – Eva - quien “se atrevió a pensar y decidir por sí misma”.
        
4. Chist, C. “Why Women need the goddess:phenomenological, psychological, and political reflections.” 1979 . Harper & Row. Págs. 273-87.
Sin embargo, en la cultura popular bíblica y en el cristianismo primitivo, existieron numerosas diosas, como  la "Reina del cielo" que era adorada por el pueblo hebreo, habiendo surgido a partir de una de las más famosas y poderosas diosas del Antiguo Oriente: Inanna, Diosa tutelar de la Ciudad Estado de Sumeria. De personalidad dual, era representada como la unión de los opuestos, del bien y del mal, del odio y del amor, de creadora y destructora de vida.
Con la caída de la civilización sumeria, cambia su nombre y permanece con la apariencia y nombres de Ishtar, Akkad y Anath. En Canaán, los hebreos adoraron a Anath como también a Yahvé, un dios tribal que luego simbolizará la identidad colectiva de los judíos.
         De pastores nómades pasaron a ser granjeros sedentarios, interesándose así por la fertilidad de las tierras, preocupación básica en la religión canaanita, religión erotizada que servía a los deseos muy humanos de la seguridad y el bienestar. En este sentido era diametralmente opuesta al culto a Yahvé  que las tribus judías habían traído a Egipto. Los judíos conformaban una de las tribus hebreas que rendía culto a YHVH o Yahvé, el que se extiende por Egipto, incluyendo más tarde a las otras tribus absorbidas por Judea, la confederación asentada en el sur.
         Retomando el tema de las diosas, sabemos que la expansión del culto a Yahvé no trajo consigo el final de la adoración a las mismas ya que éstas cubrían necesidades distintas, por lo que pudieron coexistir perfectamente. Finalmente este conflicto se resuelve, al menos en teoría, (en realidad no se resuelve durante siglos) por los profetas hebreos como Moisés que por el temor a la desintegración, construyen un conjunto de leyes inspiradas en una sola figura religiosa: YHVH o Yahvé.
Moisés, en tanto líder religioso y político, revela a su pueblo a Yavhé  como un poder redentor que plantea una demanda exclusiva y ética de la voluntad del hombre y a través del mecanismo del pacto, Moisés une a Yavhé y a las tribus hebreas en una sola unidad ética y política, convirtiéndolo en el Dios de un pueblo así unificado que se llamará Israel.
        
La historia del jardín del Edén

         Según podemos entender, el ser humano necesita algún tipo de ordenamiento e interpretación sobre el mundo y sus orígenes, ya que no puede soportar el caos y la consecuente angustia que provoca el desconocimiento. Su mayor temor es enfrentarse con aquello que no puede comprender y/o dominar y es así como se plantea la existencia de lo sobrenatural, construye sus símbolos sagrados, crea a sus dioses y establece las normas religiosas.
Una lectura atenta de la historia del jardín del Edén, además de mostrarnos la vulnerabilidad del hombre a la idea de un ser superior, también revela los temas que resuelven el conflicto planteado por la adoración conjunta a Yahvé y a las Diosas canaanitas.  A cambio de hacer de Israel una "grande y poderosa nación", Yahvé  reclama exclusividad y absoluta lealtad. Es así que partiendo de tradiciones adecuadas para tal fin, el Jahvista o profeta se basa en leyendas del culto canaanita y las traduce a la fé mosaica.

En el jardín del Edén ha plantado Dios el árbol de la ciencia del bien y del mal (símbolo de la diosa Anath y/o Ashera, representación de los opuestos) y al prohibirle a Adán comer de dicho árbol, traduce la prohibición de aceptar  los símbolos de la Diosa para su adoración y unión a través del acto sexual ritual que era común en los santuarios sagrados canaanitas. Estos lugares se hallaban demarcados por árboles simbólicos de la Diosa. Así, el acto de comer del fruto sugiere la realización de actos sexuales en el recinto sagrado.
         Hacer a Eva, la que primero fue llamada "varona, porque del varón ha sido sacada" (Génesis 2, 23.),  a partir de una costilla de Adán, es equivalente a decir que la compañera adecuada para el varón deberá ser "sacada" o elegida de su misma cultura, representando además una continuación o prolongación del varón, sin entidad propia.
Esta fue la manera bíblica de plantear la conveniencia de no unirse con mujeres de diferente orígen ya que representaban el peligro de tentar al varón de alejarse del culto a Yahvé. La mujer es situada en la posición de "tentadora" que insita a la transgresión y ésta es planteada como pecado y traición.
         En esta sustitución de simbolizaciones de orígen canaanita, nos encontramos con la serpiente, otro antiguo símbolo de ese orígen que junto con Eva son implicados como los responsables de la caída y pérdida de la gracia. Dios descarga su ira contra Eva primero y luego contra Adán, por pretender ser como Él al comer el fruto prohibido del árbol del bien y del mal. Ambos son expulsados del Paraíso (santuarios sagrados canaanitas) a una vida de dolor y sufrimiento.
         Así, a nivel de alegoría y con acumulación de metáforas, se pretende resolver el conflicto planteado por la competencia entre dos poderosas religiones, lo que en realidad se resuelve varios siglos después. La mujer hebrea fue aislada por su condición de mujer, sino que incluso fue perseguida por mantener la práctica ancestral de rendir culto a la Gran Diosa bajo la advocación de Ashera.
Esta costumbre del doble culto, se extendió con normalidad durante siglos, hasta que luego del sangriento levantamiento contra el rey israelista Joram (825 a.C.), instigado por los profetas Elías y Eliseo, se establece oficialmente el culto exclusivo a Yahvé.
         Retomando la historia del Jardín del Edén, vemos cómo queda perfectamente codificada la planificación sexual que subsiste hasta nuestros días, observando que cuando un juicio de valor adquiere la fuerza de creencia o dogma religioso, expresa un poder tal que ofrece fuertes resistencias a un análisis racional.
         De todas formas, la idea de la igualdad sexual no fue completamente anulada de la conciencia de Occidente ya que a través de los siglos su reclamo ha permanecido adormecido para resurgir permanentemente, con particular fuerza en estos tiempos para recordarnos que existen otras posibilidades de interpretar las relaciones entre los géneros y de concebir y gobernar el mundo.
Aún hoy día observamos que muchas mujeres se desentienden  del ejercicio del poder público como consecuencia de creer que el poder de las mujeres reside en otro lugar, "fuera de los límites jurídicos", tal como lo expresara  Foucault.

 Este otro espacio de poder, planteado como recurso de sobrevivencia o de contra-poder se corporiza en lo privado, doméstico o familiar, desde el cual, las estrategias o recursos utilizados derivan de la instrumentación o manipulación de los afectos sobre las personas más cercanas y de las que más se depende. Los más reconocidos son la culpa y la seducción.
         Ambos "artilugios" parecen surgir como mecanismos femeninos para ejercer influencia y compensar así de forma ilegítima, la exclusión del ejercicio del poder y la autoridad a la que se ven sometidas, también de forma ilegítima.
Esta situación genera "una ilusión de poder" puesta en realidad al servicio de alejar a las mujeres de los lugares de decisión en los que se establecen e instrumentan los valores, principios e ideas que definen al tejido político, social y cultural de una comunidad.
         Actualmente con la conclusión de que la tecnología del dominio masculino ha construído una cultura capaz de destruir toda posibilidad de vida en el planeta, surgen preocupaciones y la convicción de que la supervivencia no se asegura en el dominio sino en la articulación armónica de las fuerzas en competencia.
         Cambiar las bases sobre las que se asienta la exclusión de las mujeres de los ámbitos de decisión, significa algo más que cambiar algunas leyes o sancionar otras, aún cuando esto sea necesario. La concepción y el ejercicio del poder únicamente podrán mejorar en la medida en que nos atrevamos a cuestionar el tejido tradicional de nuestra cultura, especialmente en lo que se refiere a discriminaciones e injusticias "naturalmente aceptadas", como la aplicada contra toda mujer que no se somete al modelo tradicional.
         Principalmente cambiará si triunfa el actual movimiento en defensa  de los derechos humanos e igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres y, a su vez, éste triunfará, si las mujeres nos hacemos cargo de las causas que determinaron nuestra subordinación, si nos atrevemos a desmitificarlas, a cuestionarlas y a concretar propuestas que reflejen un nuevo proyecto de poder, de ciudadanía y de vida.

Queda planteado el desafío
¿Nos atreveremos finalmente a dejar de ser costilla?


Lic. Ester Nani
Junio 2000 – Buenos Aires

Bibliografía consultada:


Benedict, R. -  "Modelos de Cultura" - 1934 - Mifflin - Boston.

Campbell, J. – “Las máscaras de Dios: Mitología primitiva” (vol.I) - 1991 Alianza  Editorial -  Madrid.

Coria, C. -      "Un paradigma de poder llamado femenino" - 1988 - Texto presentado en el Ayuntamiento de Barcelona.

Douglas, M. -   "Pureza y peligro" - 1966 – Routledge - Londres.

Freud, S. –    “La masa y la horda primitiva” Cap. XIII. Psicología de las masas. Tomo I - Obras Completas. 1968 - Biblioteca Nueva – Madrid.

Gimbutas, M.   “Diosas y dioses de la vieja Europa 7000-3500 a.C.” – 1991 Istmo – Madrid.

Marti, M.K. y Vorrhies, B.- “La mujer: un enfoque antropológico” - Anagrama - Barcelona.

Mead, M. -       "Sexo y Temperamento en tres sociedades primitivas” - 1963 - Morrow – Nueva York.

Reeves Sanday, Peggy - "Poder femenino y domínio masculino" – 1986 – Editorial Mitre – Barcelona.

Rodríguez, P. – “Dios nació mujer”- 1999 – Ediciones B, S.A. – Barcelona.

Robles, M. -      “Mujeres Mitos y Diosas” – 1996 – Consejo Nacional para la Cultura  y Las Artes y Fondo de Cultura Económica – México.

  Actividad del Programa "Mujer y Ciudadanía" en el C.G.P. Nro. 7 de la Ciudad de Buenos Aires - Año 2001

No hay comentarios:

Publicar un comentario